viernes, 17 de setiembre de 2010

Hey, pero por qué se van, si la fiesta recién comienza...

Gente, no sé si me equivoco, pero creo que cuando uno asiste a una fiesta, entre otras cosas, para empezar, busca divertirse; luego, trata de entablar una conversa interesante con alguien;  si se puede, bailar un poco, dependiendo de la fiesta, claro; y, finalmente, volver a casa con un grato recuerdo. Sin embargo, qué ocurre cuando aquella fiesta tibia e inocente, para el caso, se transforma en un vendaval insano del rock, que emergió de la nada, pero que al día siguiente fue apodada entre todos tus amigos como ‘la madre de todas las fiestas’. 

Sé que estamos a una cuantas horas del vanagloriado sábado, día, para muchos, como el que habla, de salida nocturna y vaivén peculiar. Aunque lo que les voy a contar, es posible que aligere su salida este fin de semana o haga que organicen una fiesta de aquellas en casa.

Todo comenzó con un silbido de mi buen amigo Diego, quien me avisó de una fiesta que en sí era una ‘tocada’ en casa de un amigo suyo de la PUCP. Era el momento cumbre para nosotros. Sentí que ‘esto’ era una señal. 

No pasó ni cinco minutos y estuve en casa de mi bajista esperando a que los demás integrantes de la banda lleguen. Pasaron los minutos y uno a uno arribaba sin previo aviso. Los instrumentos eran probados antes de su ejecución final. Aparentemente, todo quedó listo. Era el momento de partir. 

En sí, para qué, la emoción era grande. Todos nos hicimos la idea de que la ‘tocada’, en casa del amigo de mi brother, sería genial. Sin embargo, aquí empezó nuestro primer gran dilema, o mejor dicho, mi primer gran dilema. “Diego, ¿dónde vive tu amigo?” A diego nunca le ha gustado contestar mientras maneja, aunque, ante la presión del grupo, respondió lo siguiente. “Cholo, no te preocupes, mi pata vive algo lejos, al costado del cerro, para ser más exactos” (risas). Al observar la sonrisa masiva de mis amigos, comprendí que se trataba de una broma. No obstante, las broma, algunas veces, superan la realidad. 

Una vez que arribamos, y desmontamos los instrumentos, la lógica de poder analizar lo que nuestros ojos vieron aquella noche, simplemente, quedó en el recuerdo. 

Para empezar, la fiesta, o mejor dicho, cualquier cosa, en efecto, quedaba al costado de un cerro. No nos molestaba, para nada tocar al costado de un cerro; aunque nunca creímos que esto ocurriría. Irónico, para qué. (risas) Una vez que ingresamos a la reunión, nuestros corazones, empilados por el hard rock que aquella noche vuestros poros expulsarían, se apagaron totalmente con el ambiente. Era la primera vez que veía algo así. Amigos del cumpleañero por un lado; familiares por otro; y metaleros y punkies sin dirección alguna. Era una especie de fiesta en donde nosotros seríamos la cereza de la noche y ellos nuestro fiel público que, por las muecas en sus rostros, no esperaban nuestro arribo.  

Era hora de tocar; aunque el dilema, ahora, era el siguiente. “Diego de ‘mela’, ¿por qué no nos dijiste que esto era una fiesta y no una tocada? Mi querido amigo solo atinó a responder. “Oe, ya no me jodan, toquen nomás…”. En ese momento recordé a Kevin Arnold, quien con su banda los Zapatos Eléctricos dijo algo similar. “si no tocamos bien, al menos tocaremos fuerte”. 

La ironía de la noche terminó antes de poder empezar con el primer tema. ¿Qué ocurrió? Los amplificadores dejaron de funcionar. ¡No se podía conectar los instrumentos! Para esto, la masa ardiente de espectadores se mostró algo impaciente. Pensé que este sería el fin. Sin embargo, los milagros aparecen de la nada. Fernando, el chato entre nosotros, agarró una guitarra de palo y sacó uno de los temas emblemas de Slayer, “The antichrist” con una rapidez que no le conocía. Fue ‘locazo’. Nadie esperaba que tocara este tema con tan solo una guitarra de palo. Lo único que atiné fue seguirle la corriente con la batería, y al final, sin querer queriendo, se convirtió en una sinfonía de total destrucción. 

Los minutos transcurrían y las sillas volaban de un lugar a otro. La masa de amigos y de familiares, sobre todo de aquellos que se encontraron  atrapados entre la multitud, y algunos desconocidos de negro, armaron tremendo ‘pogo’ que en cuestión de segundos transformó la inocente reunión en todo un campo de batalla. 

Creo que ni siquiera nosotros, al final, luego de observar a toda esa masa que nos despidía con espaldarazos en los hombros, pudimos comprender lo que había ocurrido. Era la hecatombe de aquello que nos gusta y nos mantiene despiertos. Era el sentimiento que se deslizó por nuestras venas e hizo que una serie de individuos, que nos parecían extraños, así como lo fuimos para ellos, terminaran por ser una ola, que al igual que el rock, nos envolviera en aquello que aún, hasta hoy, seguimos creyendo…ImI…


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